El AVAL del nuevo hospital
A continuación me permito reproducir la entrada que ingresé el día domingo, 21 de junio de 2015, a mi blog Desmarcado en el diario El Tiempo. Debido a una decisión editorial de la redacción, esta entrada fue removida de forma unilateral en la tarde de ayer, debido a que según el criterio de dicha redacción, se generaba un conflicto de intereses con uno de los accionistas del medio. Juzguen ustedes si eso es así.
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No sobra decirlo, Luis
Carlos Sarmiento Angulo se merece el homenaje que, como reconocimiento a los
logros de toda una vida de éxito profesional y generación de riqueza, le
hicieron en días pasados sus colegas de la banca colombiana. El Grupo AVAL, gran
emporio financiero que comanda y que hoy en día no sólo está al frente el
mercado nacional sino que se ha expandido a buena parte de Centro América,
surgió y se consolidó gracias a su visión y trabajo arduo.
Sin duda, uno de los
personajes más influyentes del país, hasta el punto de que cada vez que alguna
política o maniobra del gobierno tiene la potencialidad de afectar los
intereses de sus empresas, sus palabras de descontento y preocupación ponen a
temblar a las altas esferas de la administración pública y se producen efectos
casi que inmediatos. Y es que el Grupo AVAL está en todo: sector financiero,
telecomunicaciones, infraestructura y extracción de recursos naturales. No por
nada desde 2012 el conglomerado cotiza en la bolsa de valores de Nueva York,
donde sólo los grandes negocios tienen cabida.
Con ocasión del
homenaje, don Luis Carlos ha anunciado la construcción de un mega-hospital en Bogotá,
destinado al desarrollo de investigación científica y la atención de pacientes
afectados por el cáncer, el cual implicará una inversión multimillonaria y la
puesta a disposición de innumerables recursos humanos para su efectiva
culminación. De la misma forma en la que en su momento Sarmiento apoyó
iniciativas filantrópicas como Colfuturo, la creación de esta entidad sin ánimo
de lucro corresponde a su visión particular de responsabilidad social empresarial. En otras palabras, que el hecho
de contar con un negocio boyante y esencial para la gente como es la banca – en
el colchón se pueden guardar los ahorros, pero de ahí no salen los préstamos ni
garantías que todo el mundo requiere – implica el correlativo adelantamiento de
una serie de acciones en favor de la sociedad.
Nadie podrá cuestionar
lo positivo de esta acción, que va a permitir que muchas personas puedan luchar
contra esa terrible enfermedad, ni tampoco que el hecho de que el Grupo AVAL
emplee a alrededor de 79.000 personas a lo largo y ancho del país representa un
impulso decisivo para la economía nacional. Es,
ciertamente, mucho mejor para el país tener a personajes pujantes y agudos como
Luis Carlos Sarmiento que a corruptos o maleantes como aquellos que se han
empotrado en el poder o las armas de cuando en cuando. Sin embargo, yo me
pregunto hasta qué punto existe un balance real entre la fortunas y nivel
de influencia que este tipo de personas han logrado acuñar gracias a su
posición privilegiada en el entorno político y socioeconómico país, de un lado,
y la forma en que sus negocios asumen su esencialidad y capacidad de imponer
condiciones sobre sus usuarios, la población colombiana, del otro.
Gracias al diseño
institucional de nuestro país, el sector financiero es uno de los renglones
económicos con menor injerencia o control de parte de las autoridades
colombianas. Desde la década de 1990, cuando la apertura económica llegó para quedarse en nuestro entorno, las
entidades de este ramo tienen amplia
libertad para interpretar cifras e indicadores económicos, de modo que el
establecimiento de tasas, intereses y condiciones para la aprobación de
servicios financieros se ha dado con relativa discrecionalidad, como lo enseña
la economía de mercado. En consecuencia, las ganancias han sido enormes,
o mejor dicho, pase lo que pase con la economía nacional y los colombianos, las
instituciones financieras siempre van a ganar. No sólo no están
haciendo nada ilegal – como si lo hizo aquel David Murcia, que osó hacerle la
competencia a los encopetados banqueros en los sectores populares con sus
pirámides –, sino que tienen licencia para hacer cumplir de forma sagrada los
pactos que sus clientes han firmado, ya que para eso cuentan con el respaldo de
los reportes de las centrales de riesgo y los jueces con sus procesos
ejecutivos, a falta de chepitos.
Sucede que en Colombia
los índices de desempleo son muy altos y la mayoría de gente que se encuentra laborando
o recibe ingresos gracias a una actividad propia de la economía informal, no
devengan más allá del salario mínimo. Sucede que en nuestro país hay un grupo
social denominado clase media cuyo
ámbito es tan amplio y turbio, que puede abarcar desde personas que luchan por
hacerle el quite a la pobreza hasta nuevos ricos que le escapan a los impuestos.
Sucede que día a día hay menos personas que tienen bienes para respaldar un
crédito, y la palabra vale tan poco que ya nadie sirve de codeudor. Hay,
pues, un entorno social en el cual la necesidad de acceder a los servicios de
una institución financiera es enorme, pero que es tan frágil que sus miembros,
en su mayoría, no tienen la capacidad de cuestionar la imposición de
condiciones exorbitantes o desventajosas o peor aún, ni siquiera califican como
usuarios por su precaria posición a la luz de los cánones del capital y la
economía neoliberal.
Alguien deberá estar
pensado lo siguiente: “esa es la realidad de la vida, y si a la gente no le
gusta o no puede, pues de malas”. Y seguro a estas personas no les ha pasado
que no pueden hacer mercado o pagar la luz porque cuando van a solventar, se
dan cuenta que el banco se cobró 15.000 pesos mensuales por cargos de servicio,
o que no pueden acceder a un préstamo para cubrir el semestre universitario de
sus hijos porque la entidad bancaria considera que su perfil crediticio no es
sólido, o que al estar reportado en datacrédito
no existen garantías para que los incumplimientos no sucedan de nuevo. Si, son
cosas que pasan, y muy a menudo, en nuestro país; si no lo cree aun, pregúntele
a la señora que le ayuda en la casa, el vigilante de su edificio, o al que le
limpia el vidrio en el semáforo de su cuadra.
Yo creo en la buena
voluntad de Luis Carlos Sarmiento – poco importa lo que yo crea, pero vale la
pena decirlo – respecto de su intención filantrópica y humanista de erigir un
hospital que, con toda seguridad, va a salvar miles de vidas. Igualmente,
entiendo que lo que se conoce como responsabilidad social empresarial es
positivo para la sociedad, aun cuando sus motivaciones sean la obtención de exenciones
tributarias o la idea de mantener una imagen empresarial positiva. En
todo caso me pregunto si, en aras de promover la solidaridad que, en mi
opinión, debe permear a un país tan desigual como Colombia, no sería mejor que
se mirara hacia adentro de los negocios y se pensara en ofrecer condiciones desiguales (más favorables o menos gravosas)
para quienes así lo requieren. Tal vez ganar un poquito menos, pero poder irse
a dormir con la satisfacción del deber cumplido con el congénere, con el
compatriota. Si por alguna razón se ha topado con esta columna, échele cabeza
doctor Luis Carlos.
Apostillas eventuales:
Primera. Hace poco leí una entrevista concedida por el
maravilloso actor argentino Ricardo Darín (El Secreto de sus Ojos, Relatos
Salvajes) en la que suelta una frase contundente: La opulencia es vulgar, ordinaria e injusta. Quien tiene oídos que
oiga.
Segunda. Hablando de Colfuturo, al día hoy los que
fuimos beneficiarios de esta importante iniciativa educativa nos estamos preguntando
cuándo vamos a terminar de pagar el crédito que se nos dio. Con la imparable
fluctuación del dólar, nuestra obligación se ha incrementado entre 10 y 30 %.
Uno entiende que al final, la Fundación es una empresa que debe velar por su
sostenibilidad y que desde el principio se tenían claras las reglas de juego,
pero se trata de una situación desbalanceada para quienes quisimos, a pesar de
las dificultades naturales de este proceso, estudiar en el exterior para luego
aportarle al país la experiencia y conocimientos adquiridos. Ojalá algo se
pueda hacer.
Twitter: desmarcado82
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